Instantes finales VIII. El joven guerrero
Amanecía. Lentamente, pausadamente. La vida comenzaba a despertar en el valle. Comenzaban a abrir sus bocas las flores, comenzaban a cantar las aves, comenzaba la caza el zorro. El joven guerrero sentía la vida en su corazón, mientras observaba el milagro de un amanecer. Su objetivo le absorbía, su valor crecía y su mente buscaba, buscaba, buscaba, buscaba...
Había recorrido muchas tierras, conocido a mucha gente y todos le decían lo mismo: Cuídate del gigante Kafoideo. Aléjate de la cueva oscura. No traspases el valle del olvido... No hizo caso, y su alma aventurera se adentró más y más en tierras extrañas en busca de la muerte.
A su alrededor se oscureció todo. Unas tinieblas lo envolvieron todo, cuando acababa de amanecer. Allí estaba Kafoideo. Tan grande como una montaña, tan terrible como un huracán, tan fuerte como un roble. Grande, inmenso. En su mano alzaba el bastón que acabaría con el viaje del joven guerrero. Este sacó de su carcaj una flecha, cuya punta estaba untada de la mortal cicuta. El dardo mortífero surcó los cielos, subió alto y atravesó al gigante en medio de su pecho, más grande que todo el valle. Kafoideo, herido de muerte calló, aplastando en su caída al joven valiente que le había enviado el mensaje de la muerte.
La lluvia lo cubrió todo y lavó la sangre que manchaba el hermoso valle, y en el lugar donde había muerto aquel joven, permaneció convertida en dura roca, la prueba eterna de su victoria, la estatua caída del gigante Kafoideo.
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Había recorrido muchas tierras, conocido a mucha gente y todos le decían lo mismo: Cuídate del gigante Kafoideo. Aléjate de la cueva oscura. No traspases el valle del olvido... No hizo caso, y su alma aventurera se adentró más y más en tierras extrañas en busca de la muerte.
A su alrededor se oscureció todo. Unas tinieblas lo envolvieron todo, cuando acababa de amanecer. Allí estaba Kafoideo. Tan grande como una montaña, tan terrible como un huracán, tan fuerte como un roble. Grande, inmenso. En su mano alzaba el bastón que acabaría con el viaje del joven guerrero. Este sacó de su carcaj una flecha, cuya punta estaba untada de la mortal cicuta. El dardo mortífero surcó los cielos, subió alto y atravesó al gigante en medio de su pecho, más grande que todo el valle. Kafoideo, herido de muerte calló, aplastando en su caída al joven valiente que le había enviado el mensaje de la muerte.
La lluvia lo cubrió todo y lavó la sangre que manchaba el hermoso valle, y en el lugar donde había muerto aquel joven, permaneció convertida en dura roca, la prueba eterna de su victoria, la estatua caída del gigante Kafoideo.
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Etiquetas: instantes finales, relatos
3 Comments:
como siempre magnifico rrelato amigo. Que sepas que te sigo leyendo aunque escriba poco ultimamente.
Muchas gracias por los animos e intentare aprobar...lo prometo!!! ;)
Buen relato, no me he perdido de momento ningún capítulo.
Que buenos churros voy a disfrutar estos días en tu pueblo.
Saludos.
Puf!, mañana o pasado me tocará ir a por los churros. ¡Para un día que puedo dormir!
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