Ahora que espero la muerte, que ningún interés mundano me obliga a fingir, que nadie puede acallar la verdad, escribo estos últimos pensamientos, estas mis últimas palabras destinadas a quien quiera y pueda leerme.
Se que a lo largo de mi intensa vida he cometido muchos crímenes; he mentido, he delatado, me he sometido a los que ostentan el poder. No he sido fiel a mis principios, ni me he arrepentido de ello, pecado aún más grave que el primero, peor en este último aliento que trato de acusar públicamente a aquellos que me llevaron a esta celda, a los que me llevarán mañana a la muerte, aquellos que con las armas en sus manos se imponen a los que no las queremos usar, aquellos que sólo piensan en su propio bienestar sin preocuparles los que estamos bajo sus alas, aquellos que se nombran a si mismos defensores de la Justicia.
No lamento mis días de fama y riqueza, pero sí me maldigo por haberme arrodillado ante tanto brillo, y siento la desesperada necesidad de tachar todo cuanto he hecho con esta última carta, y también deseo que esto pueda mover a los hombres a rebelarse contra la tiranía, y que consigan derribar uno tras otro los pilares de este absurdo presente, para construir un futuro sin hambre, sin muerte, sin oro, sin llanto, sin miedo. Cantaría alegre si supiera que una sola persona ha leído mi ruego, aunque fuese uno de mis carceleros, o de mis verdugos, porque sé que conseguiría atravesar su concha y llegar hasta su humanidad, por muy bien enterrada que la tuviese.
Yo fui un afamado escritor leído por multitudes, pero mi gran error fue escribir lo que me dictaban los poderosos. Poema tras poema, libro tras libro, le contaba al pueblo mentiras sobre lo que realmente ocurría en nuestro país. Así, aún sabiendo la injusticia reinante, hablaba de lo buenas que eran las leyes, y tantas otras cosas que veía, las contaba al revés de como eran realmente. Esta fue la clave de mi fama, y mi pecado, no haber utilizado esta fama para abrir los ojos al pueblo e incitarlo a la revolución.
Fui condenado por unos textos que catalogaron de inmorales, y ahora me maldigo al no haber sido condenado por algo que hubiese valido la pena. Me entristece que este último intento no tenga posibilidades de éxito y sé que si lo hubiese escrito antes, en el auge de mi éxito, habría levantado a los oprimidos, pero dudo que nadie crea ahora en mis palabras, si las llegase a leer. Sirva mi inminente muerte como prueba de mi sinceridad y sirva también como espuela para aquel que me lea.
Ruego a Dios y a los hombres de corazón que me perdonen, y ruego también para que estas palabras lleguen a alguien. Hasta pronto.
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